martes, 16 de diciembre de 2014



En enero de 2015, Amargord Ediciones publica mi cuarto poemario, Egoclasta. Este es el prólogo que ha escrito el poeta Julián Cañizares, a ver si os abre el apetito.

Esto es yo

No tengo muy claro qué es el yo. Intuyo algo de su concepto, pero no abarco más allá del instante y del espacio definido en el que se encuentra. Quizá el yo sea una detección de uno mismo, cuando se gira hacia el pasado, o hacia el futuro. Hablar del yo es arriesgado, porque está lleno de “cosas”, creo que me entendéis. Y esas cosas, que no tienen nombre hasta que las nombras, pesan y pueden pararte; incluso pueden atacarte. O defenderte.
O romper.
egoclasta es un pensamiento. Y además contiene poemas. Un pensamiento con las idas y venidas de los pensamientos. Versos que giran en torno a una idea que a su vez representa ese ego nuestro, particular, general, ese centro que nos da la vida. egoclasta tiene un espacio y un tiempo diferente, un lenguaje decididamente personal. Su poesía descansa en un cambio de yo. En una voluntad de cambio. La necesidad de depurar el yo que se necesita en ese instante.
José Iván Suárez escribe poesía, sí, pero con adn. Ejemplo de esto son sus anteriores libros publicados (“Gnomon”, “Próximamente pan”.) Todos sabemos que tener adn en poesía no es fácil. W.H. Auden escribiría: “debe exhibir una inequívoca originalidad de visión y de estilo.” egoclasta posee adn, por muchas razones. De principio a fin está esa mencionada originalidad. Hay algo inequívoco. Desde el título, que no sólo es título, sino contraseña. Ese concepto-clave que alumbra el libro. Como lector tienes que leer con la clave, para que los poemas construyan el significado, la sugerencia, la emoción, el paisaje del yo. Como lector tienes que participar activamente. En este sentido, José Iván Suárez no quiere una lectura pasiva. Quiere una experiencia, egoclasta. Un acercamiento controlado y paradójico a la experiencia de sentir, desde la lejanía y la soledad en y del mundo, dentro de una realidad compuesta de un solo límite, entendiendo el límite como la única realidad y presente tangible.
Naturalmente, el yo es el primer alumbramiento, y por ello alumbra todo el libro. Ese yo que es consciente de sí mismo, que cuenta con una voluntad de existencia y de cambio, de autoconocimiento. Que reconoce su propia debilidad, a partir de su pasado y su actual tiempo y espacio. Es muy interesante el planteamiento que se hace de estos dos anclajes. Visualmente, están en el libro. Si ojeáis el libro, veréis en primer lugar cómo el tiempo pasa entre vuestros dedos. Hacedlo ahora, y entenderéis de qué hablo. El tiempo es visible porque una máquina (ya descubriréis qué quiero decir con esto) lo hace posible. Enorme paradoja, y bella metáfora, cuando sabemos que el tiempo “natural” es visible mediante gestos de la naturaleza, no mediante números. Pensamiento. Y el espacio, ese espacio neutral, limitado, invisible, inserto en todos los poemas. Sabemos que está, pero tenemos que imaginarlo. Hay una originalidad en esa concepción literaria, en esa presentación del asunto.
Pero hay más cosas: egoclasta tiene, además de pensamiento (“y la muerte, sólo un servicio que privatizar), emoción (“Siempre lloré esparadrapos / mientras lagrimaba por las heridas.”) Y algo que sorprende en cuanto se lee cualquier libro de José Iván Suárez: su particular lenguaje, sus neologismos, y esa unidad de lo rural y lo científico, una suerte de ciencia-ficción rural. Sorprende esa utilización de terminología científica (que no tiene por qué ser cierta, sino ficción de lo propiamente científico) y diccionario popular, manchego en este caso. Esa mezcla tan léxicamente distinta confiere un sonido único al libro, y presenta un paisaje poético muy poderoso. Y al mismo tiempo, ofrece un humor inequívoco. Imagino que después de leer todo lo anterior, habréis pensado que egoclasta es un libro muy serio. El pensamiento y la emoción de los poetas siempre es serio, en principio. Pero si algo llama la atención de la poesía de José Iván Suárez es el humor calculado que recorre todos sus poemarios. Y eso, en poesía, es inusual. El humor lo recorre todo, y por ello sonreímos. Otra vez pensamiento.
Hay muchas cosas que leer: nuestra propia ciencia-ficción, nuestro propio campo, la soledad científica y humana, la filosofía egocéntrica, el vacío, la puntuación intermitente, la tipografía conclusiva, el instante que es un estado y un paisaje, el humor y la ruptura. Pensamiento y emoción. Y creo que todo esto es una pequeña parte de egoclasta. Por supuesto, cada ego se encargará de aprehender toda la realidad poética del libro, toda la sugerencia poética, todo el potencial de estos versos. Cada ego se encargará de entender qué sucede en estos poemas irremediablemente humanos.
En esta reflexión clástica.


Julián Cañizares Mata

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